al parecer nuestra edad promedio nos ha hecho olvidar –o talvez algunos no aprendimos nunca– la mecánica de las cosas en el mundo real.
talvez pensemos a ratos que estamos por sobre las transacciones mundanas de "yo te doy si tú me das" o quizás algún rastro de espíritu justiciero nos ha hecho sentir que no necesitamos entrar en ese tipo de estrategias para lograr ciertas cosas que, a todas luces, parecieran ser nuestro derecho.
existir tiene sus costos. ser vistos, aunque sea por 35 segundos, no garantiza que nuestro ego salvará intacto. porque no siempre –o más bien rara vez– podemos regular el cómo somos vistos y nuestra imagen (tema de nuestra absoluta competencia, claro está) amenaza con derrumbarse, al parecer, irremediablemente.
pero el secreto está en la balsa.
si el movimiento acusa demasiada energía y una ansiedad desmedida por avanzar, el riesgo de volcarse es inminente y el viaje, un gran proyecto frustrado. si por el contrario sólo se avanza con la marea dejándose llevar por las suaves olas que imponen su curso, toda rivera desaparece inevitablemente.
pareciera ser, entonces, que es necesario tener el rumbo claro. saber que todo beneficio tiene sus costos y no sólo resignarse a pagarlos, sino hacerlo convencidos de que es la única manera, la única estrategia posible si queremos jugar este juego.
de lo contrario, mejor quedarse en la playa esperando algún barquito, con suerte hay sol.
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